Son las nueve en punto. Estoy en el trabajo. Lo veo llegar, con su bicicleta. La deja en la entrada. Me mira, y me saluda. Subo al primer piso y empiezo mi día laboral. Trato de meter una excusa diciendo que voy a hacer café para verlo. Cuando lo tengo al lado, no sé qué decir, como si el ratón me comiera la lengua. Lo miro... pero de golpe pienso: ¡NO!, no lo tengo que mirar tanto, se va a dar cuenta. Él me mira. Bajo la mirada, y al instante lo vuelvo a mirar. Me sigue mirando. Me voy y se va. Trato de buscar una excusa para ir a donde él está. Le pido una caja. Me la da. Le agradezco, y me mira. Lo miro (aunque me quedaría todo el día mirándolo, lástima que no puedo). Me voy. Son las 13:00, hora en la cual se van todos a comer, meto excusa para abrirles la puerta, así lo veo. Viene con su bicicleta y se va. Al rato (14:03 hs) viene, deja la bici en la entrada nuevamente saluda y se viene a hacer un café, mientras tanto yo estoy comiendo con mi prima, lo miro... de nuevo me pasa que no lo puedo dejar de mirar (la pucha). Hablamos una boludez. Trato de decir algo coherente y no puedo. No me salen las palabras. Otra vez el puto ratón me comió la lengua. Después, ya cuando son las 19:00 hs, bajo ya para irnos. Está él con su bicicleta esperando en la puerta. Salimos. Espero a que cierren todo, mientras él se queda hablando con los demás. Cuando lo voy a mirar, siento que me está mirando. No me saca la mirada de encima. Se ve que no puede. Yo tampoco. Pero bueno, tomo coraje y miro al piso. Saludo a todos. Saludo a él, con un beso en el cachete (mientras que me muero de ganas de romperle la boca de un beso)... este juego de miradas me está matando.
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